Comienza la partida con movimientos estudiados. Tú: aquí; tú: p´allá; tú, trae tu mesa junto a la mía. Son reyes de un tablero de apenas cincuenta metros cuadrados que tras el pistoletazo de salida, despliegan sus peones con inusitada energía: la mirada, el guiño o el comentario cómplice para el colega; el corrector-bala para quien está enfrente; la broma que da ambiente y protagonismo y a veces el disparate distractor, el mal gesto o el insulto. Y tú, en medio, redireccionando, convirtiendo la broma en el perchero del concepto y el disparate en espejo de lo innecesario. Todo para proteger la esencia del juego: aprender a vivir con, a saber quién y no quién, a elegir qué y no qué, a replicar con razones y a escuchar siempre.
Por minutos, las jugadas se complican. Los monarcas construyen torres desde las que descubrir mundos y proteger el suyo. Cabalgan en los alrededores de lo incierto y de lo “prohibido” . Y tú, intentas no ignorar el mundo que desean en ese instante pero no siempre puedes ofrecérselo. A veces fundir ambos es un ejercicio difícil, otras imposible, pero tienes que intentarlo. Procuras hacer más fuerte cada una de las atalayas, abriendo ventanas nuevas y clausurando las mazmorras del egocentrismo. La afectividad es una asignatura más, por eso haces la jugada de escuchar en la intimidad aquello que no se atreven a decir o no saben escuchar en casa, o introduces en problemas de matemáticas sus inquietudes para hacerles patente que en la vida todo es número. Hay momentos de fuego cruzado entre torres inexpugnables y caballos desbocados que tienes que reconducir poniendo tus once sentidos. Y ese fuego cruzado, esos tsunamis psicológicos te “queman”, te desgastan. Pero va en el sueldo.
Para la mayoría, su ficha reina, la inteligencia, permanece amarrada a las estrategias de la infancia. Unas estrategias que les proporcionan confort y seguridad pero que limitan su evolución como persona. Y te embarcas en la ardua tarea de ayudarles a tomar conciencia de que la inteligencia no es memorizar datos, sino tejer una tupida malla de relaciones entre los campos del saber humano para resolver adecuadamente sus problemas cotidianos y existenciales. Entonces, organizas tu ejército de alfiles, torres, caballos y peones en forma de sugerencias, propuestas, discusiones…para movilizarles, cuestionarles; para intentar que “toquen el cielo con las manos” y te encuentras con veinte o treinta frentes abiertos en los que tienes que resistir a base de constancia y paciencia, esperanzado en que todos vayamos a salir airosos.
Y después, llegar a casa, situarte en los otros tableros de tu vida, para a continuación en un hueco de la tarde y de la noche estudiar los movimientos con los que a la mañana siguiente comenzarás las clases.