miércoles, 30 de noviembre de 2011

Alegato

Vine al mundo en la casa de mis abuelos maternos para los que mi padre trabajaba, sin sueldo, como gañán todo uso  y a cambio, ellos  nos mantenían. Mis padres, jóvenes de entre veinte y treinta años,  poseían su vida, las cuatro cosas de su ajuar y nada más.  

Hoy, medio siglo después, miles de jóvenes de entre veinte y treinta años se encuentran tan ligeros de equipaje como mis padres por aquel entonces. Su mañana y su pasado mañana es el paro y la fuente de subsistencia, la familia. Habrá quien con su maleta todo a cien  intente forjar su futuro en otros lares. Habrá quien trapichee con el veneno de la droga para sí y para otros. Alguno usará su única posesión, el cuerpo, para obtener unos eurosex casi nunca placenteros  o lo venderá a trozos: algo de sangre hoy,  un riñón mañana…Todo por sobrevivir

También habrá quien arrincone su dignidad y acepte la neoesclavitud del becario o del aprendiz ningúnderecho,  rodando por la senda del servilismo que de alguna manera le dejará marcado para siempre. Y como no, habrá quien robe, porque si, porque quiera y porque pueda. Al fin y al cabo ¿quién ha repartido la tierra y bajo qué criterio? ¿Es lógica una partición hecha  sin tener en cuenta el derecho de los que nacen cada día a  poseer un poco de ella? ¿Qué camino ha de emprender  el joven que por cuna no disponga de capital que le respalde, ni del trabajo que le permita producir unos bienes y acceder a otros? En el mundo considerado “rico”,  ha aumentado de golpe la masa de desheredados obligados a deambular frente a los  palacios de la clase pudiente que les ahoga.  Entrar a la fuerza en ellos, es una opción más para sobrevivir. Será una opción ilegal, pero, ¿es inmoral e injusta?

Algo habrá que hacer, pero puesto que el problema es social, la solución será social o no será. Propongo la creación de fondos públicos (a devolver) para apoyar la fundación de microcooperativas  en las que todos los que participan en el proceso productivo sean socios. Socios de una sociedad en continua reestructuración, en las que las decisiones se tomen colectivamente y de la que cada cual sea co-propietario proporcionalmente al fruto que su trabajo genera en ella y no por el capital que invierta en ella.  Nada de trabajadores dueños y trabajadores a sueldo. Todos dueños con sueldo. El salario, viene a ser un robo. El salario es la compensación al esfuerzo puntual del trabajador. Pero ese esfuerzo permite la permanencia de la empresa en el tiempo y el aumento de su valor. Actualmente de esa plusvalía se benefician únicamente los propietarios pero no los trabajadores,  lo que no ocurriría en una sociedad en la que todo trabajador fuese propietario. Estas microocoperativas difieren totalmente de las que proponen la Unión Europea o las Comunidades autónomas españolas, criaturas del pensamiento liberal, en las que se repite, a pequeña escala, el esquema clásico capitalista. Un esquema cuyo resultado es por todos conocido.  Tú, lector, como yo, seguro que conoces en tu entorno alguna empresa en la que,  quien ostensiblemente se beneficia del esfuerzo colectivo es el titular de la misma. Incluso diría que sus trabajadores no son conscientes de  semejante tropelía y algunos  “agradecen” como “favor” que les “den” trabajo aunque se les sustraiga una gran parte de la riqueza que generan. 

Hago desde aquí un alegato a los jóvenes esforzados y voluntariosos, que los hay; a aquellos comprometidos socialmente y que modulan su instinto de poder para no pisotear a otros, que los hay; a los preparados para afrontar retos, que los hay;  a todos los jóvenes creativos, que los hay, para que aúnen esfuerzos, coordinen ideas y se las ingenien en la consecución de recursos con los que sacar adelante proyectos viables, respetuosos con el hombre y la naturaleza. Hacer eso es trabajo, trabajo y trabajo. Trabajo para llegar a ser dueño de tu trabajo. Trabajo para no trabajar explotando a otros. Trabajo para ser un propietario diferente. Trabajo, no para soñar, sino para realizar. Trabajo para VIVIR.


 
 
P.D. Como en cualquier faceta de la vida, el éxito no está asegurado.

sábado, 19 de noviembre de 2011

Tu Minhaj



Domingo. Lo encuentras en un rincón del periódico, con sus dos caras. Hace dos meses, su mirada suspendió nuestro aliento y nuestros pensamientos. Destrozó nuestra voz y nuestro corazón. Fuimos dolor hundiéndonos en sus ojos. Hoy, con alegría y júbilo descubres su nuevo aspecto, el de un bebé regordete de diez meses que rebosa vida.  Una ONG lo ha rescatado de su declive hacia la muerte. Ha tenido suerte. Pero te dices… ¿hasta cuándo? 

Lunes. Recién anochecido, regresas a casa bipceando con las bolsas del supermercado y volteando el tema.  Aunque  en realidad no sea así, asocias, por tu residual y alienante  romanticismo, la brega caritativa con la energía de la juventud. Visualizas jóvenes universitarios que conoces e intentas “colocarlos” en una ONG, una opción de trabajo que además de cualificación precisa de vocación humanitaria. Uhmm,… los veo en sus botellones, en sus rollitos de halloween,  en  fiestecitas "pronosébienporqué", en sus viajecitos finde, en…esas cosas. En fin, que son las siete de una de estas anochecidas de finales de noviembre y estás, tras ese devaneo mental, en tu sofá, tirado como un perro, en  tu momento zapatillaspijamasálvame y onza de chocolate,  cuando tu  hermano avisa por teléfono de que, por motivos de trabajo, está en un pueblo cercano y que cuando finalice su tarea, pasará a verte.  Al rato llaman al timbre. Se te hace pronto, pero  “le” abres tu puerta de par en par y en su lugar te topas con un bulto en el suelo al que de momento ni te quieres acercar. Estás tentado de darle una patada y mandarlo al centro de la calle, pero observas en él algo de movimiento.  No sabes que hacer. Te agachas. Retiras poco a poco el envoltorio y encuentras un rostro  Minhaj.  ¡Dios!¡No! 


 
El “todo ojos y huesos” se remueve en un quejido tan sin fuerza como sus movimientos. Quien quiera que fuese el “cartero”, ha desaparecido…  ¿Qué hacer? Lo coges. No sientes los brazos. Subes el poyete. Entras. Sales. Vuelves a entrar. ¿Qué hago?… ¿qué hago, qué hago, que hago?... Una idea se apodera de ti. Te asomas. Bajas el poyete de la puerta.  En la calle, nadie. La cruzas y sin dudar depositas al Minhaj tras la verja del portalillo de la vecina de enfrente. Hipertembloroso tocas el timbre y vuelas hasta tu casa, para ocultarte tras el visillo de una ventana y observar lo que sucede.  

Ahogas la respiración. Tu vecina abre la puerta y avista al Minhaj. Grita. Sale a la calle a hacer gente. Pero sigue sin haber nadie. Toca tu puerta llamándote y tampoco le contesta nadie, porque no  quieres oírla.  Te escapas hacia la habitación más interior y vives en espera veinte larguicortos  minutos en los que no eres nada, si es que alguna vez has sido algo.

Con silenciosas pisadas, regresas a observar la casa de enfrente. El frio de la noche es tan mudo como tu corazón. Te sientes liberado. Ahora el “pastel” es de otro y puedes regresar a tu jodida vida de siempre. Temes que alguien te haya visto y luego salgas en los papeles. Pero no, no había nadie. ¿Los remordimientos?...ya los cubrirá  el tiempo.

En el silencio de tu casa continúas solo. Aunque necesitas salir y expansionarte, temes hacerlo por si tu vecina ha decidido utilizar la misma estrategia y te lo vuelves a encontrar. Se escucha  un taconeo al otro lado de la pared, por la acera. Ella se detiene ante tu puerta y te pones en guardia. Abren. Es tu mujer. 

-¡Mira lo que hay en la puerta! Crees estallar. Conforme ella se va acercando a la salita en la que estás, te  preparas  a fingir una tremenda sorpresa. De su mano, te entrega una nota que lees sin pronunciar palabra, esquivando su intrigada mirada:

Es inútil que no abras, sé que estas ahí. Te conozco y voy a llevártelo. Nada me impedirá ver tu cara.

Te lo confirman: eres un saco de  miseria. Tu solidaridad, una gran mentira, pero harás como si no lo supieras. Te consuelas  pensando en que no puedes hacer nada. Que si tu dios lo permite, por algo será. Una mentira más: eres tu único dios y tu único diablo. Un diosdiablo egoísta que lo que de verdad teme es confesar lo que has hecho, el motivo de esa nota.¡Atente a las consecuencias!

jueves, 3 de noviembre de 2011

Cambio de ropa

Se avecina frio, y hoy, desempolvando ropa de invierno y enfundando la de estío, he sentido  entre prendas y zapatos, la sangría de los años. He tirado sandalias con las que anduve a tu lado y  que me llevaron a  cielos de verano en los que bailé contigo. Aún así, rajadas y rotas, seguían siendo hermosas. Pero las tiré, como se tiran recuerdos al olvido, sin querer y para siempre.

He desechado la camisa de lino azul pálido, aquella que me recogía en kilos y en años. Aquella que en un descuido sieteé el día de su estreno, pero que las manos de tu madre remendaron tan bien y con tan fino hilo, que el zurcido se dejaba ver como dibujo del lino.  Pero hoy, ajada y abierta en los bajos, muere, como moriremos nosotros,  convertida en trapo.

Prendas.  Compañeras efímeras devenidas con el tiempo en baratijas de desahucio. Con las que nos vimos, con las que nos vieron, con las que fuimos, con las que ya no somos ni queremos serlo. Algunas, reliquias del por si acaso, del por si alguna vez me lo pongo, dormitarán en cajones esperando volver a cubrir la piel de su propietario. Terminarán hibernando  en un baúl,  fosa común  de fósiles entelados. Tesoros de diminutas islas en  las que se  adentrarán los hijos y los nietos. Improvisada y sorpresiva mena de la que extraer material con el que forjar, año tras año, fantasías de carnaval.

Pero es en el alma,  armario de todo tiempo, donde se cobijan las mejores de ellas,  las ropas de sentimiento.  Las del primer desnudo. Las de la boda. Las del primer beso. Las de los partos. Las de los padres. Las de los abuelos…   Ropas impregnadas de olor a vida,  de emoción, de estremecimiento.  Prendas teñidas  de amor.  Del amor que es entrega, dedicación, tendencia, pasión, agitación, vibración, sacudida, conmoción… Del amor-acción que no es  sumisión ni fácil consentimiento. Pero no es esa, no, la ropa que nos venden con la etiqueta de amor en el supermercado de las ideologías y de la  religión, las vías del adoctrinamiento. 

Hoy… vacié el armario de ropa de verano y lo llené de la de abrigo.  Si fuese cierto que desechamos prendas  como desechamos defectos, me los quedé casi todos. Los  seguiré vistiendo,  como lo hacéis vosotros, incapaz de vivir desnudo de cuerpo y de pensamientos.

Llegará el frio, al que espero con pocas armas: estufa, café y  sopa calientes, cuatro paredes y un techo,  la corteza de los años y al abrigo de los míos… tres, cuatro o cinco.