jueves, 21 de febrero de 2013

EN TU 25 CUMPLEAÑOS

                                               A mi hijo Juan, 
                                                           de quien disfruto 
                                              desde el 15 de febrero de 1988

Te esperábamos pero no ese día. Cuando te tomé entre mis brazos, me llené de vida. Tu llegada supuso para mí el inicio de una reválida permanente: la de ser padre. Veinticinco años en ello y lo que quede, porque no es igual ser  el padre de un hijo de 2 que de 20 o de 40. La verdad es que me lo has puesto fácil. Sano, fuerte, inteligente, buen estudiante, resuelto, responsable, alegre, emocionalmente estable. Hasta ahora tu vida ha transcurrido dentro de lo previsible, pero como padre no puedo dejar de estar preocupado por lo que se te avecina. En unos meses habrás finalizado la segunda licenciatura y un máster y tendrás un cincuenta por ciento de probabilidades de encontrarte en paro. Hace poco, cuando hablábamos del tema, me rompía al percibir en tus palabras y en tus ojos,  por vez primera, el desánimo. A veces pienso si tendrás recursos suficientes, si  sabré, si sabremos tu madre y yo, llegado el caso, ayudarte. Entonces se me oprime el corazón y  respiro hondo.

Vas a entrar en la etapa de ruptura definitiva del cordón umbilical familiar, de tomar las riendas de tu propia vida, de enfrentarte “más sólo” al mundo. Conocerás una nueva dimensión de la palabra elegir, el coste de la libertad, el sacrificio que supone madurar. No te será fácil, como nunca lo ha sido para nadie. No sé cuánto durará ni cómo transcurrirá el periodo de tu emancipación, que, como no puede ser de otra manera repercutirá en mí. Tu tiempo te pondrá a prueba, no a una sola, a muchas. La más importante: el amor. Enamorarte te dará la medida de ti mismo. Descubrirás tu capacidad de dar y de exigir. Conocerás hasta dónde eres capaz de desnudarte, incluso, ojala no lo hagas nunca, de rebajarte. No te humilles tampoco en otros ámbitos de tu existencia. Antes de hacerlo, mírate, ten presente tu valía, reencuentra tu dignidad y sigue adelante porque el hombre digno hace de su vida una obra de arte, el indigno, una porquería. No te avergüence recurrir a mí, a mí no tienes que demostrarme nada. Mientras esté lúcido y tenga energía, me tendrás a tu lado. Desde niño te he ayudado a mirar y hasta la muerte estaré dispuesto a compartir tus culpas, duelos, dudas, y preguntas. Lo mejor de mí está guardado para ti y para tu hermano, no lo dudes.  No vivas de sueños sino de proyectos. Remodélate con exigencias en vez de con prohibiciones y en cualquier momento de tu vida asume las sombras de tu pasado. No tener cuentas pendientes contigo mismo te dará serenidad y te hará feliz. 

Tus veinticinco años son el aperitivo de lo que espero vivir contigo.