Hay unas cuantas mentiras expandidas entre los más comunes de los comunes miembros de la iglesia, aquellos cuya deformación religiosa proviene de la instrucción intencionadamente
simplista a la que han sido sometidos sobre la realidad histórica del cristianismo.
Hay extendida la falsa creencia
de que la iglesia de Cristo fue UNA desde el principio de la expansión del
cristianismo.
Falso es que los obispos de Alejandría, Antioquía, Constantinopla y Jesuralen reconociesen
desde los inicios la supremacía de la “iglesia” de Pedro.
Falso que Pedro fuese el primer Papa y que la iglesia de Roma gobernase a toda la comunidad cristiana a partir
de la muerte de Cristo. Falso que Jesús aludiese expresamente a que su deseo
era transferir a los sucesores de Pedro lo que le transfería personalmente a
él. Falso que los primeros sucesores de Pedro reclamasen ese derecho.
De ser cierta su existencia, el Espíritu
Santo empleó once siglos de esfuerzo iluminador para conseguir que un Papa, Gregorio
VII, decretase que el título de Papa universal sólo corresponde a los sucesores
de Pedro. Claro que aún tuvo que emplearse más a fondo (siglo XIX. Concilio
Vaticano I) para encontrar otro (Pio IX) lo suficientemente receptivo para
captar la idea de que los Papas son infalibles en cuestiones de fe lo que a día
de hoy no se lo cree casi nadie.
Los Papas, el nuevo incluido, se
sientan en un trono fraguado a base de mentiras. Todo un montaje para convertir al señor del Vaticano
en un monarca absoluto que dicta sobre lo divino y lo humano. No es otra cosa
lo que es ese hombre disfrazado de blanco. Un dictador de moral, de fe y de la razón, alguien que prescribe
cómo los católicos deben de entender las relaciones con “su” Dios y que procura
imponernos al resto “su” visión de la vida.
Quien asienta su papel en el
mundo sobre una mentira no tiene credibilidad pero la jerarquía eclesiástica es maestra en hacer de la inmoralidad virtud
pues “Dios escribe derecho con renglones torcidos”. La iglesia calla –oculta-
al pueblo llano la verdad sobre este particular pero no importa. Los fieles no
ven con el ojo de la razón, sino con el del sentimiento. Por eso cada vez que
aparece sobre el balcón del Vaticano un nuevo anciano coronado son incapaces de
desvestirlo despojándolo de sus proyecciones personales. No lo verán como un
hombre que ha sabido moverse en los entresijos del poder eclesiástico hasta
llegar a su cima, alguien con una historia personal de luces y sombras, igual que tú y que yo. Una persona que encara el último trayecto de su vida y cuyas ya más que limitadas energías utilizará para ser digno representante de
un invisible Señor al que solo acceden los elegidos… ¿Los elegidos?... ¿Recordáis
el cuento del traje invisible del rey? Su
edad es la mejor garantía de que no se
embarcará en propugnar cambios sociales en
profundidad algo en lo que Jesús es probable que estuviese interesado, pero no el Cristo inventado por Marcos y abrazado por la Iglesia pues la renuncia a la justicia
social ha sido siempre un distintivo de la jerarquía eclesiástica
que ha preferido sustituirla por la obediencia y la caridad. Bla, bla,bla… Lo
atestigua que en dos milenios ningún padre Llanos ha sido designado Papa. Probablemente
la razón fundamental está en el más que mundanal origen del Papado, un poder
que a en base a sus dogmas en ocasiones ha segado vidas y ha intentado e intenta destruir el otro derecho humano más “sagrado” : el de la libertad.
Lecturas recomendadas:
RUIZ DURAN,P. El origen del Papago Romano.
PUENTE OJEA, Gonzalo. Vivir en la realidad. Sobre mitos, dogmas e ideologías. Siglo
XXI de España editores. Madrid 2007