martes, 4 de febrero de 2014

En pretérito imperfecto.


Era el día grande de las fiestas patronales. Envueltos en la atmósfera sacro-trágica que creaba el organista, los fieles no daban crédito a lo que veían.  Del camerino de la Santa Patrona brotaba una densa nube de incienso entre la que se vislumbraba al nuevo párroco, que en un ritual casi mágico, despojaba a la imagen de su ostentosa corona mientas decía: “Esto no es la Virgen”.  

-“Esto no es la Virgen”, proclamaba retirando de la imagen el afiligranado manto.  

-“Esto no es la Virgen”,  repetía quitándole las puntillas.

-“Esto no es la Virgen”,   entonaba retirándole la peluca.

-“Esto no es la Virgen”,  insistía dejándola sin vestido.

Los iniciales murmullos de sorpresa, tornados sobrecogido vocerío, se ahogaban en un grito mudo en el momento en que el sacerdote, levantando por encima de su cabeza la desnuda estructura metálica rematada por un sencillo busto a que había quedado reducida la imagen, estremecía a todos con un último y rotundo: “Esto no es la Virgen”,  salido de lo más profundo de su profundo ser.

Acto seguido, el monaguillo, portando los accesorios y el ropaje en un perchero, y el sacerdote, sosteniendo el busto a la altura de sus ojos, abandonaban el camerino, descendiendo pausadamente por la escalera lateral que desembocaba en el altar,  en una especie de comitiva funeraria que se hacía eterna. Como muestra de ceremonia milimétricamente preparada, a la par que ambos ocultaban tras la sagrada mesa los objetos que portaban, la hornacina, ahora vacía, quedaba a oscuras. Extendiendo los brazos, frente  a los feligreses, el párroco exclamaba:

                  “Lo esencial es invisible a los ojos”  

Entre la ira y el llanto contenidos de muchos, algunos susurraban: “Ciertamente es el día de la Virgen.” Para mis adentros dije : " Ni hoy, ni mañana, ni pasado. Los cuentos, cuentos son".