lunes, 28 de abril de 2014

El bar

En el disco-bar de mi sábado noche consumen unas horas de holganza mujeres de dieciocho a cincuenta, las más, de feminidad boterina  o velazqueña, envueltas en pintura y cremas, para, según el caso, engalanar o enmascarar su juventud o madurez, afán agradecido o innecesario en unas, baldíos en otras y de admirar en pocas. En todas, incluso en alguna tallada en distraída Candidez o Bobería, se atisban destellos de Luna, Estrellas, Guerra, Paz, Astucia, Maternidad, Fuego, Placer y Romance. Sus poderes, su fuerza. 
  
Cada cual con su Genio a cuestas, los hombres, por lo general, más uniformes y grises. Los estamos bajo el influjo del  Alcohol o del Fútbol, en algunos, de efectos delirantes; de la Caza, cruel y casi siempre innecesaria; del Campo, genio de estos lares aún un tanto rudo e inmovilista y del Aprendiz de hombre, deidad  que con suerte nos acompaña toda la vida y que como ninguno empuja  a los jóvenes a tomar la noche. También los hay huérfanos de Genio, que vagan de aquí para allá ofreciendo su compañía por el módico precio de una fugaz conversación o una palmadita en la espalda que huele a conmiseración pero que les sabe a reconocimiento.

De pared a pared, en cualquier dirección y sentido, viaja alguna que otra mirada, entre furtiva  y descarada, de Coqueteo y de Deseo, espíritus que pueden alegrar o endemoniar la vida; de Curiosidad,  daimon que tarde o temprano nos conduce al inevitable cotilleo, fuente no siempre denostable de conocimiento;  de Inocencia, entre quienes estrenan amor juvenil y en quién más o quien menos, de Tedio. Las hay también de Altivez en unos cuantos ojos cuasifascistas que se tienen por gente de bien y que detesto.  Sabiéndonos todos observadores observados, dispuestos en grupúsculos  en los que difícilmente se entra, tal vez porque nos conocemos, generamos un ambiente de tal discreción, de tan mansa calma, que los Vicios parecen haberse esfumado por algún tipo de encantamiento, aunque, yo, que como vosotros recibo de cuando en cuando la visita de la Intuición y el Adivinamiento, los vislumbro sobrevolando las bocanadas de humo, sembrando ardores e inquietudes en la imaginación de más de uno y de dos para quienes este sitio es la antesala de  lo que les traerá la noche.  Puesto que de deidades se trata, no sé si lo que digo que veo solo es real en la fábrica de mis pensamientos, por lo que silencio nombres y apellidos, si bien siento que estoy ante la puerta de sus misterios.  

Del disco-bar de un par de horas de mis noches de sábado, encuentro ausentes las Artes de la Frescura y el Atrevimiento, dos deidades que no hallan entre sus paredes en quién o quienes manifestarse. En él se exhibe la placidez de la Rutina, auténtica señora del lugar. En él sabes casi con certeza, a quien te puedes encontrar. En él, todos llevamos el uniforme de sábado. En él no se danza, se practica el abroycierropiernaderecha-abroycierropiernaizquierda. En él no se canta, aunque haya quien tenga motivos para ello. En él se bebe, pero no se brinda. En ese ambiente ebrio de convencionalismo, entre sorbo a sorbo, conversación y conversación, o, entre silencio y silencio, en ocasiones, soy presa del Ensimismamiento. Extraño poder el de este Genio, el único que en este lugar, tan previsible, me transporta hacia lo insospechado. Abandonándome al habla interior, sin esforzarme en construirlo ni comprenderlo, estoy-solo-en-mí, sin noción del espacio y del tiempo, durante segundos, hasta que me rescata una canción, un hola, un adiós o la dueña de mis afectos. En este lugar, me siento a  gusto, pero nunca  libre. Me doblega el Comedimiento, más no me importa. Por eso, la noche de sábado que salgo, vuelvo. Aunque en verdad cada vez lo hago menos.