martes, 22 de julio de 2014

Nunca estamos solos.

Eres médico. Tienes un hijo de 23 años, estudiante de medicina. Acude como piquete informativo a un local abierto un día de huelga general. Su dueña interpone una denuncia ante los desperfectos y las amenazas que le infieren, entre otros, tu hijo. Te llega el aviso del juzgado y te entra la vena de persona de orden. Si es que sois mu deslenguaos. Si es que os pasáis. Después, te das cuenta de la situación y recoges velas. Te lo dije, ten cuidao. Que estos son unos fachas y van a joder. Pero vamos a ver ¿Por qué te denuncian? Porque me identificó la policía. ¿Y por qué acudió la policía? ¡Pero si la policía venía con nosotros escoltándonos todo el tiempo! ¿Entonces? ¡Joder!¡Qué casualidad papá! ¡La dueña acusa a los que nos pidieron el carnet! Expones tus convicciones de siempre. Un piquete informativo no puede tener manga ancha, no debe ser violento. Se puede, pero nunca se ha de contrarrestar la frecuente violencia empresarial  y gubernamental de guante blanco, con otro tipo de violencia.  Lo hablas con él. Te pones profundo. ¿Consideras que tu comportamiento es el ejemplo a seguir?  ¿Podríamos autorizar por ley la realización de pintadas en la propiedad de alguien o agredirle verbalmente para que se sume a la huelga? ¿Cuál era tu finalidad: convencer a la dueña del bar para que constituyera contigo un frente de acción o demostrar que puedes  imponer tus tesis?  Papá,  Kant, siempre Kant, pero… te sigo. Si la dueña del bar apoya la reforma laboral, que nos quita derechos, está coaccionándonos y,si la coaccionamos, es porque ella nos coacciona. Defendemos nuestra libertad. ¿Estás seguro de que ella está a favor de la reforma del gobierno o  en contra de usar ESTA huelga como forma de lucha por la libertad?  Os miráis. Os comprendéis. Estáis a la espera de una sanción inevitable. ¿Pero cuál?

Pasan los meses. ¡Pá vivirlos! Entretanto tu hijo continúa sus estudios de medicina y aunque estás preso de la preocupación y el miedo, tienes cierta esperanza. Al fin y al cabo el fiscal le pide un año de privación de libertad y una multa. Aunque le condenen, no irá a prisión. Llega el día en que tu hijo pone en tus manos la sentencia. Viendo su cara no te hace falta leerla. Vas directo al final, donde aparece escrito en letras grandes el FALLO. Tres años y un día de presidio.  1096 puñaladas en tu corazón de ciudadano, un instante de incredulidad y después  ira, una tormenta de ira. ¡Dios! ¡Qué hijos de puta!

Lees la sentencia veinte veces. Conforme profundizas en su análisis no puedes evitar pensar que el juez ha llegado a donde quería y no a donde debia, porque ninguna cabeza justa puede defender que la pena sea proporcional a la falta. Lo adivinas entre líneas. Para tí hay un hilo conductor muy sutil en la disposición de los elementos de juicio en los que se sustenta y lo que considera hechos probados, y que parte de la convicción personal del juez de lo innecesario de los piquetes informativos y el papel coactivo que les adjudica. De ahí que no crea a tu hijo ni dé validez a las declaraciones de sus testigos pero si a las de la denunciante a la que considera persona cabal y sin animadversión hacia él. Su decisión sobre lo que considera está probado implica la aplicación del artículo 315 del código penal, lo que, por lo desproporcionado de la pena  le debía haber hecho reconsiderarla. Por principio una sentencia no puede causar más dolor que el que intenta reparar y ésta lo hace. Resuenan en tu cabeza las palabras de Gonzalo Moliner, presidente del Tribunal Supremo y del Consejo General del Poder Judicial recomendando a los jueces su implicación en la interpretación de la ley para proteger a los afectados por los desahucios hasta que la legislación se modifique. "Los jueces tienen posibilidades que la letra de la ley no les da, porque no son meros aplicadores de la letra de la ley." Algo parecido sucede con la sentencia de tu hijo ante la necesaria revisión del artículo 135. ¿Que iba con 30 o 40 personas? ¿Y qué? ¡Que condenen a cada uno de los 30 o 40 por lo que cada uno hizo aquella noche! ¡Que a mi hijo lo condenen proporcionalmente a su falta pero que no le trunquen la vida en nombre de la justicia!

Recurso contra la sentencia, petición de indulto al ministro que ha indultado a un conductor kamikace, corruptos, mossos de escuadra condenados por tortura, algún familiar...pero nada. Llevas a tu hijo ante la puerta de la cárcel. No quieres abrirle pero el odio llama a la puerta de tu corazón. Odio hacia el legislador, hacia esos políticos, que todos sabemos de qué partidos son, que ven, oyen y escuchan a su conveniencia y redactan leyes como ésta; hacia el juez que a buen seguro hubiese visto otra salida en caso de que hubiese sido un hijo suyo el acusado, aunque él no lo hubiese podido juzgar y que no ha estado a la altura. "Con leyes perfectas un mal juez comete injusticias; en cambio, con leyes injustas o deficientes, un buen juez hace justicia" , sentencia de Laurent que no te deja lugar a dudas. Odio hacia aquellos compañeros o conocidos que te dan la palmadita en la espalda para acompañarte en la desgracia de tener un hijo "revolucionario". Odio hacia aquellos ciudadanos que están al sol que mas calienta, lameculos del concejalillo de turno y que engrasan con su displicencia las ruedas de la injusticia.

Pero estamos otros. A tu lado estámos los que sentimos como nuestro lo que tu sientes, los que tenemos hijos comprometidos, los que se manifiestan en las calles pidiendo justicia para el tuyo, y eso te da fuerzas y te lleva a confiar en un final diferente. No estás solo. Nunca estamos solos. 

PD. Acabo esta entrada dedicada a Carlos Cano y veo a Cañamero anunciando en la Cuatro que la Audiencia Provincial de Granada ha decidido excarcelarlo. No tengo palabras. En llamas.