Como todos los reyes, el rey vive
bien y los demás, ahí se las tengan. Un
día de estos, asistió en un colegio a un encuentro con niños para colaborar a
asentar en sus mentes la utilidad de la
regia institución en la pugna que ésta mantiene permanentemente frente al
sentido común de quienes defienden la igualdad entre ciudadanos.
Tras bajar del coche, caminando
hacia el portón de entrada al centro,
fue sonrisa hecha carne. Hubo un momento en que se acercó a un niño rubiazul, quien,
con la espontaneidad propia de sus pocos años le dijo:
- ¿Dónde tengo que estudiar para
ser rey?
- Antes de serlo, respondió el
monarca sorteando la situación, tuve que estudiar en muchos sitios. Pero, todavía eres pequeño.
Ve a tu escuela, pásatelo bien y cuando
seas mayor elegirás la profesión que más te guste.
Le acarició la mejilla pero su seguridad se tambaleó unos pasos
adelante cuando se halló frente a los ojos de una niña, también rubiazul, a quien su
madre sostenía sobre su cuello. De nuevo, un inesperado requerimiento le puso
contra las cuerdas.
- Dime lo que tengo que hacer para ser reina.
-¡Casarte con un rey! respondió el
monarca, molesto ante el inesperado y reiterado deseo infantil por poseer una
corona.
- ¡He dicho que quiero ser reina,
no que quiera casarme! precisó la chiquilla, puntualización que, esta vez sí, dejó
al soberano sin respuesta. Los padres
rieron la ocurrencia, él les coreó con frases insustanciales y todos,
reporteros incluidos, hicieron como si no hubiese ocurrido algo importante.
Apenas el soberano hubo reiniciado la marcha, un niño negricastaño, algo mayor que los anteriores, tras dejarse acariciar el ensortijado pelo por la mano real,
le tomó del brazo, diciéndole con gracejo zalamero:
-¿Hasta cuándo vas a ser EL rey? ¡Egoisssssta! Y los que queremos serlo… ¿qué?
¡Yo pondría a un nuevo rey cada año. Así la suerte tocaría a más!
Nadie fue consciente de como ocurrió, pero súbitamente el rey se encontró rodeado de niños ajenos
al protocolo y a las llamadas de sus padres. Uno de ellos alzó la mano, diciendo
con nitidez y decisión:
- Yo quiero ser lo que eres tú.
Y otro que estaba a su lado añadió:
- ¡Yo antes, que soy mayor! Y luego
otro, y otro, y otro…El lugar se inundó de voces que en jocosa algarabía explicitaban
un mismo deseo. Ninguno de ellos gritó “¡Viva el rey!”, sino “¡Quiero ser rey!”
El organizador del evento,
afamado presidente de la más importante entidad bancaria del país, se le acercó
y tomándole del brazo le dijo:
-No te preocupes. La escuela y las familias
pondrán las cabezas de estos niños en su sitio. Los de adentro –dijo señalando
hacia el salón de actos del colegio- ya son nuestros.