Nacido, pues en
Belén de Judá en los días del rey Herodes, llegaron del Oriente a Jerusalén
unos magos diciendo: ¿Donde está el rey de los judíos que acaba de
nacer? (Mateo 2, 1-2)
Ni reyes, ni tres, ni de qué razas, ni jóvenes, ni viejos, ni
con barba o sin ella, ni con pluma, más plumas o ninguna, ni turbantes, ni
collares, ni en camello, ni en caballo, ni con esponsors, ni con majorettes, ni con cornetas y tambores.
En fin, como no podía ser de otra manera, a lo largo de los
siglos, al albor de un par de líneas de
una de los universales libros de cuentos, hemos construido un cuento, y los cuentos
se cuentan a gusto de quién los cuenta.
Y quienes lo relatan ahora son las Concejalías de Cultura. Eligen
personajes, attrezzo y puesta en escena. Y por eso, algunas de ellas, son campo
de artificial controversia promovida por los hacedores de la mala política, de
los farsantes de turno.
Los niños que se creen el cuento de los reyes magos, saben
que cuando los tres personajes visitan la iglesia y le donan sus presentes a un
diminuto niño semidesnudo de escayola o barro, están haciendo teatro. Es como
cuando ellos le hablan a sus muñecos, un juego. Y eso les hace gozar.
A los niños que se creen el cuento de los reyes magos, lo que
menos le importa, lo que de verdad no tienen en su cabeza, es que vienen a sus calles buscando el lugar donde ha
nacido un imaginario rey de los judíos. Aparecen para sorprenderles, para satisfacer sus deseos. Y
eso les sobra y basta. Para ellos, aún en bañador y envueltos en tules
transparentes, la nube de caramelos les vestiría de reyes.
Los niños que creen el cuento de los reyes magos aguardan con
impaciencia si este año llegarán subidos en algo menos manido que el caballo,
el camello o la carroza decimonónica o chafardera. Esperan un avión o algún
extraño y sugerente objeto interestelar capaz de transportarles al universo de
sus sueños.
Y observan su vestuario para comprobar si es lo
suficientemente estrafalario y propio de magos, aunque a muchos les asalta la
sospecha de que son hombres normales y corrientes bajo un disfraz, porque sus
barbas no les convencen. Y porque, al mismo tiempo, con vestimenta, edad y corpulencia diferentes están en televisión y
en su calle, y eso les pone en guardia.
Y entonces tenemos que ampliar el cuento. ¡Ah! ¡La magia de
la ubicuidad!
-Escucha, hijo, tienen el don de aparecer a la vez en muchos lugares
pero lo hacen con apariencia distinta porque no quieren que nadie sepa cómo son
en realidad. Cuando pasen estos días, colgarán sus trajes y caminarán entre
nosotros vestidos como tú y como yo. Como
tú y como yo, tendrán días de fiesta y otros de pena y llanto. Procurarán hacer
el bien y no hacer daño a otras personas, aunque como tú y como yo, no siempre
lo consigan. Y por la noche, cuando estemos dormidos, sin que nos demos cuenta,
se meterán en nuestros sueños y así, cargados con nuestras ilusiones, llegarán,
el año que viene, a todas las casas del mundo.
-¿A todas?
-Y entonces tendríamos otra vez que ampliar el cuento. Pero
yo no lo voy a hacer, porque en esta noche no quiero contar más cuentos.