El grupo de franciscanos mantenía
un bullir calmo y confiado. El piel roja no había visto nada igual por aquellos
lugares. Sin pensarlo, blandió el hacha y se abalanzó hacia ellos. Cogió por
sorpresa al que tenía más cerca,
poniéndole el filo del arma en el cuello. En ese instante otro de los
frailes cogió con su mano derecha el crucifijo de madera que llevaba al cuello
y lo puso a la altura de los ojos del salvaje a modo de mágico parapeto. El
indio soltó su presa intentando apoderarse de aquel objeto que parecía tener tanto valor para su dueño. Un par de tirones inútiles y quedose mirando
durante unos segundos el pasmado rostro de su oponente que no acertaba
a decir palabra. De pronto la situación dejó de resultarle sugestiva, soltó la
cruz, dio media vuelta y marchó en busca de sus compañeros de tribu, de los que unos momentos antes se había
apartado. Quiso la suerte que algo más adelante encontrase dos mujeres blancas contemplando
el paisanaje que se extendía ante sus
ojos. Una de ellas lucía un peinado llamativo por lo acusado de su volumen. De
inmediato pensó en apresarla para exhibirla
como trofeo. Cuando se disponía a ello, la dama sonriendo le dijo:
-¡Qué bien vais!...
Le devolví la sonrisa, le rocé el pelo con el hacha, le dije: “Mí, querer tu cabellera” y di media vuelta. Ella: una vecina del pueblo. Lugar:
el baile de carnaval… ¿De carnaval? … A mí alrededor deambulaban personas portando
un vestuario no habitual pero con el mismo espíritu que si hubiesen
estrenado modelito
nuevo, esperando que les diesen con la mirada o la palabra el visto bueno a lo
que llevaban puesto. Pasé la noche entre
soldados romanos, avatares, sevillanas,
sin que sintiese ni notase nada especialmente distinto a si todos
hubiésemos estado en vaqueros. Por estos pagos, el carnaval ha devenido en unas simples jornadas de
disfraces "educadas" y consumistas. Se esfumó la trasgresión, el cuestionamiento
del orden establecido. Una jovencita
disfrazada de paquete de palomitas, que pasea con las amigas de siempre, bebe
lo de siempre, habla con los de siempre o con alguien “nuevo” pero de la misma
manera que lo haría pasado mañana… ¿A qué juega? ¿Qué simula? ¿Qué insinúa?
¿Qué muestra? … ¿Y las “princesas” de los ochenta, de los sesenta o del siglo
pasado que procesionan en los coloridos
pero insulsos y oficialistas desfiles de nuestra tierra? He dicho ellas, pero donde lo he dicho poned
también ellos.
Tras mi no escaramuza con la dama de
exuberante cabellera, bebí dos cubatas, bailé el “Paquito chocolatero” y todo el popurrí de las orquestas que
animan los bailes de pueblo y hasta cerca de la madrugada, al igual que el resto de
los asistentes, hice como que estaba de carnaval. La simulación de la simulación. Un ná.