miércoles, 5 de marzo de 2014

De ná.


El grupo de franciscanos mantenía un bullir calmo y confiado. El piel roja no había visto nada igual por aquellos lugares. Sin pensarlo, blandió el hacha y se abalanzó hacia ellos. Cogió por sorpresa al que tenía más cerca,  poniéndole el filo del arma en el cuello. En ese instante otro de los frailes cogió con su mano derecha el crucifijo de madera que llevaba al cuello y lo puso a la altura de los ojos del salvaje a modo de mágico parapeto. El indio soltó su presa intentando apoderarse de aquel objeto  que parecía tener tanto valor para su dueño.  Un par de tirones inútiles y quedose mirando durante unos  segundos el  pasmado rostro de su oponente que no acertaba a decir palabra. De pronto la situación dejó de resultarle sugestiva, soltó la cruz, dio media vuelta y marchó en busca de sus compañeros de tribu,  de los que unos momentos antes se había apartado. Quiso la suerte que algo más adelante encontrase dos mujeres blancas contemplando el paisanaje que se extendía  ante sus ojos. Una de ellas lucía un peinado llamativo por lo acusado de su volumen. De inmediato pensó en  apresarla para exhibirla como trofeo. Cuando se disponía a ello, la dama sonriendo le dijo:

-¡Qué bien vais!...

Le devolví la sonrisa, le rocé el pelo con el hacha, le dije: “Mí, querer tu cabellera” y di media vuelta. Ella: una vecina del pueblo. Lugar: el baile de carnaval… ¿De carnaval? … A mí alrededor deambulaban personas portando un vestuario no habitual pero con el mismo espíritu que si hubiesen estrenado  modelito nuevo, esperando que les diesen con la mirada o la palabra el visto bueno a lo que llevaban puesto.  Pasé la noche entre soldados romanos, avatares, sevillanas,  sin que sintiese ni notase nada especialmente distinto a si todos hubiésemos estado en vaqueros. Por estos pagos, el carnaval  ha devenido en unas simples jornadas de disfraces "educadas" y consumistas.  Se esfumó la trasgresión, el cuestionamiento del orden establecido. Una jovencita disfrazada de paquete de palomitas, que pasea con las amigas de siempre, bebe lo de siempre, habla con los de siempre o con alguien “nuevo” pero de la misma manera que lo haría pasado mañana… ¿A qué juega? ¿Qué simula? ¿Qué insinúa? ¿Qué muestra? … ¿Y las “princesas” de los ochenta, de los sesenta o del siglo pasado que procesionan en los  coloridos pero insulsos y oficialistas desfiles de nuestra tierra?  He dicho ellas, pero donde lo he dicho poned también ellos. 

Tras mi no escaramuza con la dama de exuberante cabellera, bebí dos cubatas, bailé el “Paquito chocolatero” y  todo el popurrí de las orquestas que animan los bailes de pueblo y hasta cerca de la madrugada, al igual que el resto de los asistentes, hice como que estaba de carnaval. La simulación de la simulación. Un ná.