10-8-2012.
LLegada
De Villarta a Ruidera. Son cerca
de las ocho de la tarde, llevo media hora al volante y desde hace rato mi
percepción me engaña. Creo descender
cuando en realidad asciendo. El hechizo ha comenzado. Al contacto con estos
parajes se trastoca mi persona entera. Mi conciencia se expande y se diluye, cada
instante se me hace eterno y corto, percibo multitud de estímulos a la vez que
los desatiendo, estoy no estando, descontrolo controlando. En esa condición bordeo la Cenagosa, laguna totalmente
cubierta por carrizos que visten su naturaleza de barro. Siempre que llego a
sus aledaños siento el deseo de caminar sobre sus fangos desafiando las leyes
de la física y del sentido común pero como aún no bogo en los océanos de la
locura me conformo con imaginarlo. Es ella,
la imaginación, quien me hace transitar descalzo por entre las cañas más
liviano y transparente que el aire hasta
el centro de esta laguna donde me desintegro. Algún
día, me digo,… algún día…Todos vivimos instantes en los que
nos embargan fantasías, chispazos del “chiflado” que podemos ser y que desterramos
de nuestra mente durante un tiempo indeterminado, a veces por mero instinto de
supervivencia, el mismo que ante la cerrada curva de la carretera me obliga a
centrarme de nuevo en la conducción y abandonar momentáneamente esa somnolencia
despierta que sé me acompañará intermitentemente durante estos días.
Una tras otra van quedando atrás la Colgadilla, la Cueva Morenilla, la laguna del Rey… Es una carretera sinuosa, repleta de curvas, como la vida, pues la recta existencia es aquella que cambia de dirección para ajustar el rumbo hacía el destino deseado siendo tan solo los soberbios o los suicidas quienes se empeñan en ignorarlo. Llegados a la San Pedra mi mujer, mis hijos y yo, una vez instalados, nos disponemos a gozar de estos lugares. Ruidera, al contrario que nosotros, nada esconde. Yace dispuesta a entregarnos las caricias y fragancias de sus aires, el incierto trazado de los caminos, los recovecos de los montes, el malabarismo de sus riscos y el verdiazul lecho de sus aguas y sin embargo desde hace más de cuarenta años, es, para chaleteros y visitantes de los finde veraniegos, una puta a maltratar. Aún con sus evidentes cicatrices continúa siendo hermosa y seductora, y, como la mujer que amo, nunca me decepciona. Ambas me eligieron para saborear sus esencias y durante unos días las compartiré como amantes. Si yo fuese mi mujer probablemente tendría celos de las “ausencias”, los “embelesos”, las solitarias caminatas o las travesías a nado que las lagunas en cuanto las avisto casi con exclusividad me reclaman.
La noche, tórrida como el resto
del día se nos ha echado encima casi
sin darnos cuenta. Nos hemos bebido el atardecer sentados en el porche jugando
al PASWORD. Aciertos, fallos, pequeños piques, risas. Hubo un instante en que sentí que nadie me faltaba ni me sobraba. Fue una
sensación jamás antes sentida que me regocijó para, acto seguido, perturbarme, pues no quisiera que nuestros lazos fuesen excluyentes. Tan solo el hijo que se
libera de sus padres se hace adulto y tan solo los padres que no fundamentan su afectividad en la relación con sus hijos les facilitan la tarea. Pasó la cena, un paseo, un zumo en una terraza con discoteca y el regreso, un ritual que de
especial tuvo el escenario y la calma. Ahora, a las tres de la madrugada, tumbados en el césped y enfundados en un aire
para estas horas extrañamente cálido,
esperamos a que la casa se refresque para poder dormir. En la espera me
viene a la cabeza una afirmación que a
pesar de su evidencia y de no haber sido a buen seguro el primero en haberla pensado me sabe a descubrimiento: no hay un solo día sin un instante de amor.
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