viernes, 10 de enero de 2014

La poda

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Todo acto es nada hasta que lo diseccionamos.

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Un desayuno ligero en casa y siete minutos después,  en la viña.  Es una mañana blanca.  A  escasos trescientos metros diviso cinco hombres en corro. Son cazadores desayunando.  Se toman el domingo de amigotes entre comida, bebida y muerte.  Mientras sus mujeres estarán preparándose para ir a misa, ellos se encuentran inmersos en los ritos de la religión de la caza. La diferencia reside  en que ellos van a por la pieza mientras que ellas  han caído en las redes de una iglesia de la que no pueden ser sacerdotisas. Para ellos el Reino está en las  siembras, vides y olivos,  y en el momento de cobrar la pieza se sentirán como Dios, dueños y señores de  la vida de los campos, de ahí que prefieran este templo natural al otro aunque estoy seguro que esos cinco ni sus mujeres lo han pensado.  

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A poco se van. No queda nadie más que yo en estos parajes. La soledad ociosa en la naturaleza  conduce a la calma pero sobrellevar la soledad diaria del jornalero  precisa fortaleza de espíritu. A los quince años aprendí a realizar la poda en vaso y doy fe de que realizarla durante horas, en solitario, en líneos de cepas que se tornan infinitos, conduce a momentos de desánimo en los que aparece  un fuerte deseo de abandonar la tarea. Un amigo de la familia reputado “podaor” y ya desaparecido, cuando decidió a los setenta y pocos años poner fin a su vida laboral tras sufrir un par de vahídos en mitad del campo,  me dijo:

-Llegó la hora, Juan. ¡Tanto trabajar y trabajar ¡ …¡Y solo!, ¡siempre solo! 

Me conmovió. Me reconocí en su lamento. Porque aún más agotador que el trabajo físico resulta enfrentarse a los propios demonios. En la soledad del hombre de campo, a diario inmerso en un medio percibido en ocasiones protector y en otras inquietante,  ante la imposibilidad de mantener durante horas la atención continua en la misma actividad y establecer comunicación interpersonal, surgen de tanto en tanto soliloquios silenciosos en los que se intercalan reflexiones, recuerdos, tareas pendientes, proyectos, pero  también,  descabellados y turbadores deseos sobre la vida y la muerte que afloran  inesperada y desordenadamente. Ideas nunca antes conscientes que brotan del  uno mismo desconocido, insospechado. Eros y Tanatos  en toda su potencia. En campo abierto la posibilidad del autoconocimiento, el camino hacia la individuación. El premio al duro ascetismo agrícola, recompensa  “escondida” de la que no se habla. Sucumbir a ellas conduce a la locura; reprimirlas, a la inmoralidad del moralismo y la intolerancia; ignorarlas es una traición a la honestidad. Tan solo  quienes las analizan e integran optan al fruto de una acción que, curiosamente, les llevará a transitar por el solitario a la par que gozoso y tormentoso conocerse. La sabiduría del  hombre de campo no es gratuita.  Por eso son tan pocos los elegidos.

Situado en la primera cepa de un líneo que se me antoja infinito, escudriño la tarea que me aguarda y cuya máxima motivación es la conservación de la pequeña herencia familiar. Comienzo. 

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Lentamente voy destejiendo el entramado de sarmientos de cada cepa. Me abstraigo en uno de esos juegos con los que procuro hacer más llevadera la faena aun a sabiendas que dicho empeño me castigará con una dilación de la misma. Intento averiguar cuáles son los mecanismos y automatismos mentales que hacen posible que pode, pero si me pregunto  qué es lo que estoy sopesando en este momento para elegir el siguiente corte dejo de pensar en las variables a considerar y mis brazos se detienen en seco.  No puedo pensar sobre lo que pienso al mismo tiempo, es decir no puedo observar en tiempo real lo que hace  mi cerebro porque soy lo que hace mi cerebro y si soy lo que hace mi cerebro no soy “algo” que está en él…¡Ah amigos creyentes!... ¿Qué me decís ahora del alma?  …

La introspección es un conocimiento en diferido e imprescindible. Es indignante que el autoconocimiento no figure de forma sistemática en el currículo escolar.  A los alumnos los analizamos desde fuera y hacemos que en cierta medida interioricen nuestra valoración sin proporcionarles estrategias para autoanalizar su actividad interior ni exterior. Una colonización psicológica en toda regla, una falta de respeto imperdonable en un educador.  ¿Y yo? …¿Cómo – lo - hago - yo? Hay reflexiones que matan la autoestima y ésta es una de ellas. 

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Las horas pasan y la viña va tomando otro aspecto. Sin podar la parcela parece un lienzo rayonista de Larionov, sin sarmientos los líneos resaltan en el paisaje como sugerente puntillismo minimalista. De vez en cuando me pongo en pie para contemplar la transformación. Entre tanto le he dado vueltas a la posible existencia de un algoritmo que refleje el proceso de decisiones que sigo en la poda, una tarea que consume en exceso mi atención y que desecho y "regresa" una y otra vez. Posiblemente sea un mecanismo distractor para descomprimir la tensión que me origina estar aquí. Miro los sarmientos en las esmantas y suspiro, no muy hondo, pero suspiro. Miro al sol de la mañana blanca y respiro, ahora sí, profundo. Miro hacia el pueblo cercano y decido marchar. Un último vistazo a las vides hoy podadas. Me encojo de hombros. No son muchas. A este ritmo, terminar la viña me llevará más tiempo del que deseo. El tiempo es oro pero como decía Séneca: “la vida se divide en tres momentos, el que ha sido, el que es y el que será. De ellos, el que ahora recorremos es corto, el que vamos a recorrer es dudoso, el que hemos recorrido es seguro. El pasado es el único de los tres que no está sujeto al azar y su “posesión es perdurable y sosegada”.  El de esta mañana lo doy por bueno, gastado entre pensamientos de poda y la poda de pensamientos.