sábado, 3 de noviembre de 2012

Siempre hay un reto


Las cinco y diez… Lo pienso… Lo despienso… Lo hago. Chándal, zapatillas y gorro.  La calle. La carretera. El camino. Tres kilómetros y medio para ir. Hoy…se me van a resistir. En el aire, verderones de piar y baile. Acelero. Las cinco treinta. Me pesan las piernas.  El puente. Lo subo empujándome, casi en ángulo recto. ¿Por qué hago esto? ¿Me detengo? ¿Regreso? No me doy tiempo. Continúo. Puente abajo, un mareo. Temo caerme. En mi mente, el final del trayecto. Alcanzarlo es el reto. Me rehago y llego. Las cinco y cuarenta. Récord. 

Retorno. El sol, ahora a la espalda, estampa mi sombra en el talud de la autopista por delante mío. Me siento menos solo. Fijo la vista en ella. Es como si me viese por anticipado. En la sombra, me gusto. La figura es más estilizada, juvenil y grácil que la que tengo. Un engaño que me complace y me recuerda cómo fui y ya no soy. Voy cumpliendo años y en estos momentos, bien, bien, no lo llevo. Estómago omeoprazolado, frecuentes molestias digestivas, dolores lumbares, tono muscular en declive, tronco y actitud senilmente agorilada, rostro en estado de flacidez acelerada y en la mirada, cierto desconcierto. Se me fue la juventud sin yo saberlo. Siempre he sido vital, presto a cualquier lance y con un físico que me ha respondido. Pero es llegado el día en que me canso al subir las escaleras que subía, andar la distancia que corría y trabajar al ritmo que solía. Más, junto a tan irreversible decadencia, los años me han traído otro cansancio. Me cansa el más que previsible hoy y mañana.  Me cansa repetir lo que hace veinte años ya decía. Me cansa soportar sin insultar a quienes imponen la moralina de una virtud inexistente, sabiendo que no hay ni habrá paraíso terrenal ni celestial haciendo de la vida una mentira de la que me ha costado liberarme. Me cansa retornar a mis errores. Me cansa vivir en la animalidad reprimida. Me cansa lo comedido de mi vida. Me cansa el cansancio de vivir así aunque no sé si lo podría hacer de otra manera.  

Cada mañana, sin permitirme pensarlo ni despensarlo, lo hago. A  medio vestir de trabajador, padre, marido, vecino, conocido  y amigo, me lanzo a la carretera de la vida con el rescoldo que guardan las cenizas de mis cincuenta y seis años, para avivar, o encender si es preciso, entre atenciones, dudas, aciertos y desaciertos, el fuego de aquellos pocos a los que me debo. No doy para más. En mi mente,  a no tantos años vista, el final del trayecto. Cómo llegar es el reto. 

2 comentarios:

  1. No se quien dijo que lo importante es el trayecto (otro el camino); pero no olvidemos el reto de avanzar, un pasito más: disfrutando o sufriendo pero vivo y con ilusión. A mis 45 y pico, así corro yo y cuando no puedo (perdón quise decir quiero) me paro y me tomo una cerveza (joé como la disfruto). Igual me gustaría avanzar por la vida, quizás sea un poco/mucho Forrest Gam.

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  2. Justamente. Lo importante es tener proyectos y cueste lo que cueste, llevarlos a cabo.

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