"Ni en el explotador ni en el que
a él se abandona hay humanidad
sino animalidad". JS-CG
Junto al Gigüela, inusualmente
vivo este verano, diviso una pareja de gitanos
rumanos. Sus consumidas formas juveniles y sus pieles abrasadas por el sol transmiten dolor al verlas. Ella recoge agua verdinolenta del caz, él la toma de un tubo de goteo.
La vida les ha negado hasta el agua, pero ¿a quién le importa? Expulsados e hijos
de hijos de hijos de expulsados de todos los cielos e infiernos terrenales,
llevan desde el nacimiento el estigma de su raza y sobreviven entre nuestras miradas
de odio, desconfianza, desprecio o miedo. En estos días venden sus energías por menos de veinte euros en la
cosecha del ajo y llegado el caso tal vez lo hagan en inevitable y ruinoso meretricio
porque su incomprensible y embrutecido Dios tampoco les permite ser putos de
lujo. Hasta puede que les expolie algún “hermano” de sangre, Gitano de gitanos,
“pisaor” de cabezas ya pisadas en las que aún perviven recuerdos de cuando sus
tatarabuelos eran vendidos como esclavos en monasterios de Rumania. Entre los
imponentes sauces, su coche, una suerte de caballo y carreta de chatarra,
su refugio y su retiro, su nido de amor
y su palacio. No están solos. En las cercanías avisto un vehículo más y algo
más allá, otro. Entre los tres forman un pequeño campamento en el que las ropas
tendidas, efímeras paredes de algodón, les proporcionan una pizca de
intimidad a la espera de que las autoridades o el fin de la cosecha les
obliguen a desmontarlo tal y como sucede desde hace años, pues “ellos” aparecen
y desaparecen en el pueblo como escorrentías de temporada. Andurrean por
nuestras calles desde poco antes que las sembremos de colgaduras para celebrar
las fiestas de San Juan, aquél que predicaba y bautizaba para convertir al
pueblo, en cuyo honor nos vamos de pinchos, cubatas y cañas a bailes y chiringuitos. Y ellos, sin agua. ¡C´est la vie!. La vie de los que dicen
creer en un Dios y de los que no. En eso nos igualamos todos, en el desinterés por las
injusticias y en la desgana por no cambiar nada.
“Villarta está llena de esa gentuza”
me dijeron. ¿Gentuza estas gentes que
pasan insufribles horas miserablemente pagadas en el tajo en el que hasta les obligan a comer a pleno sol negándoles un momento de reconfortante
sombra? Hoy por hoy las plantaciones de ajos son el tajo de la deshonra. ¡Gentuza quienes
les explotan y quienes hacen la vista gorda! Si por bondad entendemos hacer el
bien a otro, en el caso de estos ajeros, ni somos buenos ni nos
importa no serlo. Como municipio, años ha que no procuramos a estos nómadas de nuestro siglo lo
que si procuramos a las plantas: un punto en el que disponer de agua, prueba de
que para muchos las creencias o ideologías que dicen profesar son mero entretenimiento de su ¿entendimiento?. "¡Que los echen!", me continuaron diciendo. Sólo queda, dije, un lugar al
que aún no los han intentado desterrar, el mar.
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