sábado, 17 de agosto de 2013

Gentuza

                    "Ni en el explotador  ni en el que 
                  a él se abandona hay humanidad 
                      sino animalidad". JS-CG

Junto al Gigüela, inusualmente vivo este verano,  diviso una pareja de gitanos rumanos. Sus consumidas formas juveniles y sus pieles abrasadas por el sol  transmiten dolor al verlas. Ella recoge agua verdinolenta del caz, él la  toma de un tubo de goteo. La vida les ha negado hasta el agua, pero ¿a quién le importa? Expulsados e hijos de hijos de hijos de expulsados de todos los cielos e infiernos terrenales, llevan desde el nacimiento el estigma de su raza y sobreviven entre nuestras miradas de odio, desconfianza, desprecio o miedo. En estos días venden  sus energías por menos de veinte euros en la cosecha del ajo y llegado el caso tal vez lo hagan en inevitable y ruinoso meretricio porque su incomprensible y embrutecido Dios tampoco les permite ser putos de lujo. Hasta puede que les expolie algún “hermano” de sangre, Gitano de gitanos, “pisaor” de cabezas ya pisadas en las que aún perviven recuerdos de cuando sus tatarabuelos eran vendidos como esclavos en monasterios de Rumania. Entre los imponentes sauces, su coche, una suerte de caballo y carreta de chatarra, su  refugio y su retiro, su nido de amor y su palacio. No están solos. En las cercanías avisto un vehículo más y algo más allá, otro. Entre los tres forman un pequeño campamento en el que las ropas tendidas, efímeras paredes de algodón, les proporcionan una pizca de intimidad a la espera de que las autoridades o el fin de la cosecha les obliguen a desmontarlo tal y como sucede desde hace años, pues “ellos” aparecen y desaparecen en el pueblo como escorrentías de temporada. Andurrean por nuestras calles desde poco antes que las sembremos de colgaduras para celebrar las fiestas de San Juan, aquél que predicaba y bautizaba para convertir al pueblo, en cuyo honor nos vamos de pinchos, cubatas y cañas a bailes y chiringuitos. Y ellos, sin  agua. ¡C´est la vie!. La vie de los que dicen creer en un Dios y de los que no. En eso nos igualamos todos, en el desinterés por las injusticias y en la desgana por no cambiar nada.  
“Villarta está llena de esa gentuza” me dijeron. ¿Gentuza estas gentes que pasan insufribles horas miserablemente pagadas en el tajo en el que hasta les obligan a comer a pleno sol negándoles  un momento de reconfortante sombra? Hoy por hoy las plantaciones de ajos son el tajo de la deshonra. ¡Gentuza quienes les explotan y quienes hacen la vista gorda! Si por bondad entendemos hacer el bien a otro, en el caso de estos ajeros, ni somos buenos ni nos importa no serlo. Como municipio, años ha que no procuramos a estos nómadas de nuestro siglo lo que si procuramos a las plantas: un punto en el que disponer de agua, prueba de que para muchos las creencias o ideologías que dicen profesar son mero entretenimiento de su ¿entendimiento?. "¡Que los echen!", me continuaron diciendo. Sólo queda, dije, un lugar al que aún no los han intentado desterrar, el mar.
                                                                



                                                                

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