sábado, 19 de noviembre de 2011

Tu Minhaj



Domingo. Lo encuentras en un rincón del periódico, con sus dos caras. Hace dos meses, su mirada suspendió nuestro aliento y nuestros pensamientos. Destrozó nuestra voz y nuestro corazón. Fuimos dolor hundiéndonos en sus ojos. Hoy, con alegría y júbilo descubres su nuevo aspecto, el de un bebé regordete de diez meses que rebosa vida.  Una ONG lo ha rescatado de su declive hacia la muerte. Ha tenido suerte. Pero te dices… ¿hasta cuándo? 

Lunes. Recién anochecido, regresas a casa bipceando con las bolsas del supermercado y volteando el tema.  Aunque  en realidad no sea así, asocias, por tu residual y alienante  romanticismo, la brega caritativa con la energía de la juventud. Visualizas jóvenes universitarios que conoces e intentas “colocarlos” en una ONG, una opción de trabajo que además de cualificación precisa de vocación humanitaria. Uhmm,… los veo en sus botellones, en sus rollitos de halloween,  en  fiestecitas "pronosébienporqué", en sus viajecitos finde, en…esas cosas. En fin, que son las siete de una de estas anochecidas de finales de noviembre y estás, tras ese devaneo mental, en tu sofá, tirado como un perro, en  tu momento zapatillaspijamasálvame y onza de chocolate,  cuando tu  hermano avisa por teléfono de que, por motivos de trabajo, está en un pueblo cercano y que cuando finalice su tarea, pasará a verte.  Al rato llaman al timbre. Se te hace pronto, pero  “le” abres tu puerta de par en par y en su lugar te topas con un bulto en el suelo al que de momento ni te quieres acercar. Estás tentado de darle una patada y mandarlo al centro de la calle, pero observas en él algo de movimiento.  No sabes que hacer. Te agachas. Retiras poco a poco el envoltorio y encuentras un rostro  Minhaj.  ¡Dios!¡No! 


 
El “todo ojos y huesos” se remueve en un quejido tan sin fuerza como sus movimientos. Quien quiera que fuese el “cartero”, ha desaparecido…  ¿Qué hacer? Lo coges. No sientes los brazos. Subes el poyete. Entras. Sales. Vuelves a entrar. ¿Qué hago?… ¿qué hago, qué hago, que hago?... Una idea se apodera de ti. Te asomas. Bajas el poyete de la puerta.  En la calle, nadie. La cruzas y sin dudar depositas al Minhaj tras la verja del portalillo de la vecina de enfrente. Hipertembloroso tocas el timbre y vuelas hasta tu casa, para ocultarte tras el visillo de una ventana y observar lo que sucede.  

Ahogas la respiración. Tu vecina abre la puerta y avista al Minhaj. Grita. Sale a la calle a hacer gente. Pero sigue sin haber nadie. Toca tu puerta llamándote y tampoco le contesta nadie, porque no  quieres oírla.  Te escapas hacia la habitación más interior y vives en espera veinte larguicortos  minutos en los que no eres nada, si es que alguna vez has sido algo.

Con silenciosas pisadas, regresas a observar la casa de enfrente. El frio de la noche es tan mudo como tu corazón. Te sientes liberado. Ahora el “pastel” es de otro y puedes regresar a tu jodida vida de siempre. Temes que alguien te haya visto y luego salgas en los papeles. Pero no, no había nadie. ¿Los remordimientos?...ya los cubrirá  el tiempo.

En el silencio de tu casa continúas solo. Aunque necesitas salir y expansionarte, temes hacerlo por si tu vecina ha decidido utilizar la misma estrategia y te lo vuelves a encontrar. Se escucha  un taconeo al otro lado de la pared, por la acera. Ella se detiene ante tu puerta y te pones en guardia. Abren. Es tu mujer. 

-¡Mira lo que hay en la puerta! Crees estallar. Conforme ella se va acercando a la salita en la que estás, te  preparas  a fingir una tremenda sorpresa. De su mano, te entrega una nota que lees sin pronunciar palabra, esquivando su intrigada mirada:

Es inútil que no abras, sé que estas ahí. Te conozco y voy a llevártelo. Nada me impedirá ver tu cara.

Te lo confirman: eres un saco de  miseria. Tu solidaridad, una gran mentira, pero harás como si no lo supieras. Te consuelas  pensando en que no puedes hacer nada. Que si tu dios lo permite, por algo será. Una mentira más: eres tu único dios y tu único diablo. Un diosdiablo egoísta que lo que de verdad teme es confesar lo que has hecho, el motivo de esa nota.¡Atente a las consecuencias!

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