miércoles, 30 de enero de 2013

La Noche


Salpicada con minisoles de vapor de sodio su negritud se difumina entre tonos macilentos por carreteras, calles y plazas. Bajo nuestros techos de ladrillo y hormigón la acortamos a base de argón, tugsteno, trabajo y entretenimiento. Apenas  gozamos de su silencio sonoro, su dinamismo inmóvil, sus naturales juegos de oscuridad. Nos empeñamos en arrinconarla, en expulsarla de nuestras vidas, pero está ahí, tozuda, paciente…ante nosotros y en nuestros sentimientos. Quien en la noche se adentra con el corazón amargado encuentra en su regazo el aliado en el que volcar su llanto. Al ardiente, la noche le invita a consumir su llama y al exhausto le acoge en su mullido manto. Para todos, en la mar de ocasiones, es proceloso océano. En sus horas más negras, los pusilánimes ahogan la respiración, avistan fantasmas o se encomiendan al dios de su invención esperando su ilusoria ayuda. Pero la noche no está hecha para temer sino para descubrir lo que uno es, lo que quiere ser y lo que no será. Un empeño que puede hacer de la noche una aventura por instantes gélida, tórrida, silenciosa, bulliciosa, huracanada, tormentosa…

La noche no tiene hora, la hay con sol, con luna, de mañana y tarde. Venimos, estamos, y vamos con ella. Nos cincela. ¿Qué otra cosa es envejecer sino consumirse en el fragor de nuestra noche? Mirarla de frente, beberla, apurarla,  ofrece la oportunidad de revisar el relato de nuestra vida, de cerciorarnos si  contamos la vida que vivimos o vivimos la vida que nos contamos, eterno dilema de ese diminuto complejo de cadenas de carbono pagado de sí mismo llamado hombre, condenado a desintegrarse en la inmensidad del universo. Hacerlo nos hace bien. Entonces la noche se trasmuta, parece desaparecer. Atrás queda un “no es posible”, “nunca podré”, “esto no debería ser pero será”, “nunca será de otra manera”, “no sé qué hacer”. Surgen nuevos proyectos, nuevos caminos, entre ellos la muerte. Es la luz, el ojo de la noche. 



                            Entre atormentados silencios 
                                       te persigues.
                              Tus secretos desvelados.
                                      Rejuveneces.
                           ¡Dichosa desdicha en negro!






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