Catorce años. Melena turbia. Vulgar
andar y vestir. Ordinaría coquetería pero coquetería. Se asomaba a la vida como quien se asoma a un
balcón esperando a ver quién pasa. Y pasó. Lo tenía a su lado. La llamó
reina, la rodeó por la cintura y la cegó con un anillo de cientos de euros. Se
encandiló con sus milongas y floreció entre sus brazos sin importarle que él proclamara su
proeza orgullosa de llevar corona de mujer mientras sus compañeras aún se adornaban con
diademas.
De navidad a marzo, tres meses de reinado tras
los que llegó el desencanto. Él quiso alargarle la falda y ser dueño de sus
horas. La llamó “eso” y le empujó hasta
casi tirarla al suelo. Pero se sabía reina. Su boca escupió insultos a
destajo y su menudo cuerpo jamás volvió a ser por él acariciado. Guardó el
anillo en su diario y abrió otras páginas de amor aunque de cuando en cuando le hiciese creer
que le seguía interesando. Decía vengarse con ello aunque era el
juego de una niña que halló en el gozar catorceañero el modo de ser algo más
que la de más suspensos.
Hoy, años después, la he visto. Parece que por
ella no pasa el tiempo aunque tal vez sea yo quien ande anclado en mis
recuerdos y la veo como la veía confundiendo lo que veo. ¡Qué viejo me estoy haciendo!
Diario de la escuela oculta
Diario de la escuela oculta
En sus primeros besos soñó
con cielos y encontró barrancos.
Sus segundos besos los entregó a otro potro que la perdió en el
viento.
Los terceros los
regaló a un pregonero de tres al cuarto que se hizo un hombre con ellos.
Para quiénes fueron los cuartos y quintos, es un público secreto.
Por eso, porque tiene
para vender y regalar,
la llaman la
muchosbesos.
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