jueves, 11 de abril de 2013

J.L.Primera liberación.



“He estado a punto de reventarle  la cara a mi padre”  escupió J.L. al ponerme al teléfono. Después un brevísimo silencio, un lacónico “mañana nos vemos” y un adiós.
Sabía del desafecto hacia su padre pero no hasta ese punto. Por aquel entonces nuestra relación  rozaba el límite de la amistad pero no llegaba a serlo. Altivo, irónico, hiriente, sus aires de “intelectual” progre y su petulancia me disgustaban y él lo sabía. Escribía poemas que en su mayoría no me producían emoción alguna o escapaban a mi comprensión si bien había musicalizado 6 u 8 que me parecieron hermosos. Un atrevimiento juvenil.

La tarde siguiente nos vimos en la  Plaza del Pilar.  Tras intrascendentes comentarios iniciales  me relató el suceso. Escuchó voces al entrar al piso. Vio a su padre al final del pasillo puño en alto intentando pegar a su hermana M.A. y a su madre forcejeando para detenerle. “¡Te mato, es que te mato!”.  “Te vas a tragar las muelas”. Llegó a tiempo de sujetarle el brazo y detener el golpe. Su hermana se guareció tras él mientras su padre reintentaba la agresión. “¡De ésta te acuerdas!”. “¡Te llevaré a un internado!”. “¡Haré de tu vida un infierno!”. J.L. le empujó  apartándole a dos pasos de distancia. Las palabras se le escaparon de la boca con la misma facilidad que se nos desboca el pensamiento.  “Si intentas hacer algo de lo que dices te las verás conmigo”.  Su padre se le abalanzó pero él, algo más alto, le agarró por las muñecas. “¡Te detienes o nos damos de hostias¡”. Medio segundo mirándose, midiéndose, adivinándose intenciones. La madre consiguió interponerse entre ellos y ambos aflojaron.“¡Ha sido ella!”,“¡de ella es la culpa!”, repetía el padre señalando a la hija mientras se recostaba abatido en el sofá.  J.L. salió al pasillo con un ataque de ansiedad. Se ahogaba y lloró como nunca antes había hecho. Como pudo, salió a la calle.

“Regresé cuando todos estaban acostados. Hoy ha sido un día de angustiosa penitencia. Apenas nos hemos dirigido la palabra, pero todos sabemos que la historia de la familia ha cambiado de rumbo. Ayer enterré el miedo”.

No pude evitar sentirme cercano a él pues no en vano conocía bien el tipo de padre que intenta moldear su prole a base de violencia.  Una clase de hombre enfermizamente orgulloso de tener por su bien, el de él, atados a mujer e hijos con la correa de la opresión. De haber estado presente hubiese sido el firme tercer  brazo de J.L. Aquella tarde no dije mucho, pero no hizo falta, a veces un silencio es la más oportuna de las palabras. A partir de entonces lo miré con otros ojos.

Aún le quedaba descubrir algo más. Pasados unos días su hermana pronunció la palabra abusos…

Para un niño el miedo al padre es el peor de los miedos. En aquel día las palabras, los silencios y la mirada de J.L. gritaban muerte y resurrección. Se había hecho hombre.

                                                              J.L. en familia

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