martes, 19 de marzo de 2013

El Papado de las mentiras


Hay unas cuantas mentiras expandidas entre los más comunes de los comunes miembros de la iglesia, aquellos cuya deformación religiosa proviene de la instrucción intencionadamente simplista a la que han sido sometidos sobre la realidad histórica del cristianismo.

Hay extendida la falsa creencia de que la iglesia de Cristo fue UNA desde el principio de la expansión del cristianismo.

Falso es que los obispos de Alejandría, Antioquía, Constantinopla y Jesuralen reconociesen desde los inicios la supremacía de la “iglesia” de Pedro.

Falso que Pedro fuese el primer Papa y que la iglesia de Roma gobernase a toda la comunidad cristiana a partir de la muerte de Cristo. Falso que Jesús aludiese expresamente a que su deseo era transferir a los sucesores de Pedro lo que le transfería personalmente a él. Falso que los primeros sucesores de Pedro reclamasen ese derecho.

De ser cierta su existencia, el Espíritu Santo empleó once siglos de esfuerzo iluminador para conseguir que un Papa, Gregorio VII, decretase que el título de Papa universal sólo corresponde a los sucesores de Pedro. Claro que aún tuvo que emplearse más a fondo (siglo XIX. Concilio Vaticano I) para encontrar otro (Pio IX) lo suficientemente receptivo para captar la idea de que los Papas son infalibles en cuestiones de fe lo que a día de hoy no se lo cree casi nadie.

Los Papas, el nuevo incluido, se sientan en un trono fraguado a base de mentiras. Todo un  montaje para convertir al señor del Vaticano en un monarca absoluto que dicta sobre lo divino y lo humano. No es otra cosa lo que es ese hombre disfrazado de blanco. Un dictador de  moral, de fe y de la razón, alguien que prescribe cómo los católicos deben de entender las relaciones con “su” Dios y que procura imponernos al resto “su” visión de la vida. 

Quien asienta su papel en el mundo sobre una mentira no tiene credibilidad pero la jerarquía eclesiástica es maestra en hacer de la inmoralidad virtud pues “Dios escribe derecho con renglones torcidos”. La iglesia calla –oculta- al pueblo llano la verdad sobre este particular pero no importa. Los fieles no ven con el ojo de la razón, sino con el del sentimiento. Por eso cada vez que aparece sobre el balcón del Vaticano un nuevo anciano coronado son incapaces de desvestirlo despojándolo de sus proyecciones personales. No lo verán como un hombre que  ha sabido moverse en los entresijos del poder eclesiástico hasta llegar a su cima, alguien con una historia personal de luces y sombras, igual que tú y que yo. Una persona que encara el último trayecto de su vida y cuyas ya más que limitadas energías utilizará para ser digno representante de un invisible Señor al que solo acceden los elegidos… ¿Los elegidos?... ¿Recordáis el cuento del traje invisible del rey?  Su edad es la mejor garantía de que no  se embarcará en propugnar cambios sociales en profundidad algo en lo que Jesús es probable que estuviese interesado, pero no el Cristo inventado por Marcos y abrazado por la Iglesia pues la renuncia a la justicia social ha sido siempre un distintivo de la jerarquía eclesiástica que ha preferido sustituirla por la obediencia y la caridad. Bla, bla,bla… Lo atestigua que en dos milenios ningún padre Llanos ha sido designado Papa. Probablemente la razón fundamental está en el más que mundanal origen del Papado, un poder que a en base a sus dogmas en ocasiones ha segado vidas y ha intentado e intenta destruir el otro derecho humano  más “sagrado” : el de la libertad.

Lecturas recomendadas:

RUIZ DURAN,P.  El origen del Papago Romano.

PUENTE OJEA, Gonzalo. Vivir en la realidad. Sobre mitos, dogmas e ideologías. Siglo XXI de España editores. Madrid 2007

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